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La historia de Laika, la perrita cuya tortura y sacrificio no sirvió a la ciencia

“Cuanto más tiempo pasa, más lo siento. No deberíamos haberlo hecho. No aprendimos lo suficiente de la misión para justificar la muerte del perro”, admitió décadas después uno de los científicos a cargo del proyecto. Laika salió de la ardua vida en las calles de Moscú, para ser sometida a extremos entrenamientos en los laboratorios del programa espacial soviético, y finalmente morir horas después del despegue sufriendo altísimas temperaturas. Esta es su historia.

La nueva entrega de los Guardianes de la Galaxia presentó varios nuevos personajes, pero quizás el que más le robó el corazón a la audiencia es Cosmo, la “buena perrita” del equipo. La inspiración en Laika es evidente.

Tal como los cómics de Flash Gordon hicieron antes, en el universo Marvel la “astronauta canina” rusa sobrevivió al experimento por el cual se hizo famosa, llegando a las estrellas. En los cómics, Cosmo es macho y un personaje igualmente querido, pero para el cine el director James Gunn le devolvió su sexo original, en un manifiesto homenaje a la perrita que protagoniza uno de los casos de maltrato animal por motivos científicos y políticos más famosos de la historia.

Porque más que la exploración del Espacio, el lanzamiento de su cápsula, la Sputnik 2, al espacio tuvo más que ver con la disputa de poder entre la Unión Soviética y los Estados Unidos durante la Guerra Fría, manifestada entre otras formas en la carrera espacial que llevó a que la humanidad ponga por primera vez un pie en la Luna en 1969.

Esa fue hazaña de los estadounidenses, pero los rusos previamente ganaron varios otros hitos. Supuestamente, según el relato de la URSS, Laika fue uno de esos, y uno clave para conseguir llevar a Yuri Gagarin en órbita, el primer humano en lograrlo. Se dijo que fue entrenada por mucho tiempo, y que llegó a sobrevivir hasta una semana, antes de ser ‘puesta a dormir’ con veneno en la última ración de su comida antes de que se le pudiera agotar el oxígeno. Incluso se dijo que participó “voluntariamente”.

Pero la realidad es menos romántica e idealista, como han revelado historiadores y científicos con el tiempo.

De las calles al Sputnik 2

Laika era una perrita pequeña, cuyo nombre derivaba de la palabra rusa para “ladrido” usada para referirse a una especie genérica de canes en ese país, aunque originalmente se llamaba Kudryavka (“pequeña rizada”). Su nombre fue cambiado sencillamente porque ladró durante su presentación en la Radio de Moscú, recuerda The Science Survey.

Encontrada en las calles de Moscú debido a que de esa forma estaría ya acostumbrada a condiciones de vida hostiles, fue una de varias ingresadas al programa espacial, detalla la Enciclopedia Brittanica. Tenía cerca de tres años de edad al morir.

Al igual que las demás perritas del proyecto, fue escogida por su pelaje, para que pudiera ser captada por las cámaras, y por su sexo, para simplificar el diseño de su traje espacial. También se valoró su carácter, siendo conocida como un ejemplar dócil y que evitaba pelear con otros perros.

Despegó el 3 de noviembre de 1957, pero antes fue sometida a entrenamientos comparables a los que pasan voluntariamente los candidatos a astronautas.

Según revelaron más tarde los científicos que estuvieron a cargo de la iniciativa, como preparación para el pequeño espacio en el que debería pasar sus últimos momentos se la encerró por hasta 20 días en espacios cada vez más pequeños, monitoreando sus signos vitales y sus deposiciones. También se la metió en centrífugas, para simular los cambios en la gravedad y las fuerzas que debería soportar durante el despegue, y se la sometió a ruidos ensordecedores.

Asimismo, se la comenzó a alimentar con un gel de nutrientes, el cual sería su alimento en la cabina.

Tal vez uno de sus pocos momentos de paz ocurrió pocos días antes del despegue, cuando el científico Vladimir Yazdovsky la llevó a casa para jugar con sus hijos. Lo confesó más tarde en uno de sus libros: “Laika era tranquila y encantadora… quería hacer algo bueno por ella. Le quedaba muy poco tiempo para vivir”.

Nunca se proyectó la misión como una durante la cual pudiera sobrevivir, pero lejos de la muerte tranquila e indolora difundida por los soviéticos en su propaganda, más tarde se reveló que murió realmente entre cinco y siete horas después del despegue sofocada, en pánico y sufriendo temperaturas extremas.

Fue en 2002, décadas después del lanzamiento, que el científico ruso Dimitri Malashenkov reveló estos datos. Según indicó, su equipo no consiguió desarrollar un mecanismo para recuperarla con vida debido a las presiones políticas sobre su agenda, ni siquiera para probar adecuadamente el sistema de refrigeración: el partido soviético la quería para el cuadragésimo aniversario de la Rebelión Bolchevique.

¿Sirvió de algo?

Según recuerda el New Yorker, la misión del Sputnik 2 tenía más que ver con la Guerra Fría que con la exploración espacial: “Por mucho que divirtiera a los comentaristas contemporáneos, no tardaron en darse cuenta de que un misil lo suficientemente potente como para poner un satélite en órbita también podría llevar una carga útil nuclear a Washington, D.C., Nueva York, Chicago o cualquier ciudad estadounidense importante”.

Y los estadounidenses aún estaban desarrollando uno propio.

Científicamente, el diagnóstico fue distinto. Según cita Olesya Turkina en su libro “Perros soviéticos espaciales” a Oleg Gazenko, uno de los científicos del programa, “cuanto más tiempo pasa, más lo siento. No deberíamos haberlo hecho. No aprendimos lo suficiente de la misión para justificar la muerte del perro”.

En favor del experimento, se argumenta que la perrita permitió probar que una criatura viviente puede sobrevivir al menos por un corto período de tiempo en órbita. Sin embargo, se cuestiona que con más tiempo de trabajo aquello pudo descubrirse de todas formas, sin matar a Laika, o garantizándole una muerte menos dolorosa.

Realmente, Laika ni siquiera fue el primer animal en el espacio, ni la primera “perrita astronauta”. Varios otros le precedieron.

Por ejemplo, en 1950, la NASA lanzó el primer ratón al espacio. Alcanzó una altitud de 137 kilómetros, y murió cuando el cohete se desintegró debido a una falla en su paracaídas, recuerda el Royal Museum Greenwich. El año siguiente, como registra el sitio web de los Récord Guinness, Dezin y Tsygan se convirtieron en los primeros perros en ser enviados al espacio por la Unión Soviética durante un vuelo suborbital.

Tras ellos, y entre 1951 y 1952, nueve otros perros fueron enviados al Espacio, detalla la Discover Magazine.

Incluso, en 1947, la NASA envió moscas de la fruta al espacio, acota Time. Esos fueron los primeros animales en llegar a tales alturas.

Hasta hoy, indica la Smithsonian Magazine, “el programa espacial ruso continúa usando animales en las pruebas espaciales, pero en todos los casos, excepto en el de Laika, ha habido alguna esperanza de que el animal sobreviva”.

Lo que sí es cierto es que su muerte impulsó al menos dos movimientos históricos, que se convirtieron en su legado involuntario. Por un lado, la era de la exploración humana del Espacio, y por otro, el activismo contra la experimentación antiética de los animales en la ciencia.

 

Fuente:biobio.cl

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