La encrucijada de la centroizquierda democrática ( Patricio Urquieta García, ex Intendente Región de Atacama )

 

Desde el 2011, Chile ha vivido una serie de movilizaciones sociales que han redefinido el escenario político nacional. Las protestas estudiantiles de ese año revelaron un desafío real, pero también mostraron cómo ciertos sectores políticos utilizaron esa energía social con fines electorales, promoviendo un ambiente que deslegitimaba la actividad de las instituciones.

La incorporación del partido comunista a la Concertación marcó un giro estratégico en la centroizquierda. No solo cambió el nombre de la coalición (nueva mayoría), sino que fue diluyendo sus principios: moderación, diálogo, y respeto institucional. Las reformas impulsadas desde 2014 –en educación, impuestos y el sistema político (más parlamentarios y gobernadores regionales)–, sumada a casos de corrupción y retrocesos económicos, provocaron un fuerte rechazo ciudadano en las urnas el año 2017.

La insurrección de octubre del 2019 fue una nueva inflexión. El frente amplio emergió como la voz de una nueva generación política, con un discurso de renovación y demonización de la concertación, pero luego de ganar las elecciones cayó en las mismas prácticas que criticó –como el reparto de cuotas de poder–, legando una gestión marcada por la inseguridad pública, el retroceso económico y el deterioro de la confianza en las instituciones. La centroizquierda, en lugar de mantener autonomía, fue subsumida por este proyecto al integrar el gobierno actual.

Hoy, el partido comunista busca consolidar su influencia en el socialismo democrático y, como lo señaló el frente amplio en la primaria, “dirán lo que Chile quiere que digan” para ganar la elección presidencial. Por eso, el desafío para los partidos de la ex Concertación (DC, PR, PPD y PS) es claro: definir si están dispuestos a subordinarse a un proyecto que representa a una izquierda totalitaria, o si recuperan su papel como garantes de una convivencia democrática pluralista.

Chile necesita una alternativa política que combine sensibilidad social con responsabilidad institucional. Una oposición constructiva, abierta al diálogo y firme en sus convicciones democráticas. La centroizquierda aún tiene la oportunidad de ser esa voz, pero debe decidir si quiere ser parte de una solución o cómplice de una nueva polarización.

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