
La última encuesta CEP entregó datos que muestran que un 16% dijo estar «nada interesado» en la elección presidencial; un 21% no respondió o no sabe quién le gustaría que fuera el próximo presidente; un 12% dijo que votaría nulo o blanco, y un 9% que no votaría.
Los números muestran un país cansado: el agotamiento de una sociedad polarizada por la ideología gobernante y el enfrentamiento constante. La sensación es que la política, bajo el actual gobierno, ha perdido su propósito y su palabra.
La decepción no se reduce al rechazo al gobierno de G. Boric, sino a la forma de hacer política que olvidó el valor del trabajo bien hecho y del compromiso con el país. Muchos chilenos se distanciaron de quienes, previa siembra de la división, validación de la violencia y debilitamiento de las instituciones, prometieron transformaciones profundas y que, con sus propias contradicciones, incompetencias y clientelismo, capturaron el Estado y lo condujeron a la irrelevancia en los asuntos trascendentales. Gracias a ellos, parte del futuro de Chile está hipotecado.
Pero no basta con señalar los errores. Chile no se reconstruirá desde la rabia, sino desde la convicción en el orden, la justicia y las oportunidades reales. Chile necesita volver a creer en sí mismo y en sus capacidades para enfrentar este momento histórico. Es lo que hoy representa la derecha chilena.
Es tiempo de reconstruir la esperanza, de recuperar el respeto por las instituciones, el mérito y la familia. En las próximas elecciones no solo se cerrará un ciclo; abriremos uno nuevo, ojalá guiado por la unidad y el sentido común. Más que un acto político, será una decisión de libertad: para vivir sin miedo y con el respeto que cada chileno merece.
