Chile se recalienta: por qué las olas de calor están redefiniendo la desigualdad urbana (y qué debemos hacer ahora)

Las olas de calor extremo ya no son eventos estivales aislados: están alterando la vida urbana desde Arica a Magallanes, profundizando brechas territoriales y exigiendo una transformación urgente en la planificación de las ciudades. La académica Catalina Marshall (Campus Creativo UNAB) explica por qué Chile no está preparado—y qué medidas pueden evitar una crisis social y sanitaria mayor.

Chile está viviendo un punto de inflexión climático. En los últimos dos años, comunas de la zona central superaron los 37°C con frecuencia, mientras regiones como Ñuble, Maule y O’Higgins registraron tres o más olas de calor consecutivas en una misma temporada, según la Dirección Meteorológica de Chile. En el norte, ciudades como Arica y Copiapó han superado marcas históricas de temperatura y radiación, y en el sur —tradicionalmente templado— localidades como Temuco, Valdivia y Puerto Montt rompieron récords sobre los 34°C.

El calor dejó de ser un fenómeno estival: aparece en primavera, se repite en otoño y altera el funcionamiento cotidiano de las ciudades. La académica del Magíster en Vivienda y Barrios Integrados del Campus Creativo UNAB, Catalina Marshall, lo resume así:
“Las olas de calor están tensionando al máximo la forma en que hemos construido nuestras ciudades”.

Los barrios vulnerables: donde el calor se convierte en riesgo de vida

El impacto del calor extremo no está distribuido de manera equitativa. La desigualdad urbana se vuelve térmica.

En comunas como Independencia, Cerro Navia, Renca o San Ramón, convergen casas con mala aislación, hacinamiento, escasez de áreas verdes, alta exposición solar y baja capacidad para costear climatización. El resultado: temperaturas interiores que superan fácilmente los 32°C incluso de noche, afectando el sueño, el rendimiento escolar, la salud mental y la productividad laboral.

Marshall explica: “Los barrios con menor acceso a áreas verdes, viviendas mal aisladas y menor capacidad económica para refrigeración son los que más sufren”.

La situación es similar en el norte, donde la radiación y el pavimento elevan aún más la sensación térmica, y en el sur, donde muchas ciudades no fueron diseñadas para soportar veranos prolongados.

La académica agrega un punto crítico: “El calor ya no es un episodio aislado de verano, sino una condición más frecuente y más larga, que agrava desigualdades territoriales que ya existían”.

Ciudades para un nuevo clima: cómo rediseñar la vida urbana

Marshall sostiene que la adaptación al calor extremo debe transformarse en un criterio fundamental de la planificación urbana. No es “medio ambiente”: es salud pública, infraestructura y justicia social.

1. Infraestructura verde y azul (y bien hecha)

  • Arbolado urbano con especies adecuadas.
  • Corredores ecológicos que reduzcan la temperatura del aire.
  • Recuperación de riberas y humedales.
  • Sombras reales, no simbólicas.

2. Materialidades que reduzcan calor (no que lo acumulen)

  • Pavimentos reflectantes.
  • Cubiertas frías o verdes.
  • Plazas con sombra integral.
  • Calles diseñadas para caminar sin golpe de calor.

3. Mirada metropolitana: el calor no se queda dentro de una comuna

La expansión urbana sobre suelos rurales, la pérdida de vegetación periurbana y la ocupación de laderas empeoran el microclima. Ciudades como Santiago, La Serena-Coquimbo y Chillán ya sienten estos efectos.

4. Refugios climáticos en cada barrio

Bibliotecas, centros comunitarios y escuelas climáticamente acondicionadas que abran en episodios extremos, especialmente en zonas vulnerables.

El mundo ya lo entendió: Chile no puede quedarse atrás

Países como Francia, España y Canadá han reducido hospitalizaciones y mortalidad mediante:

  • Sistemas de alerta temprana específicos para olas de calor.
  • Protocolos sanitarios para grupos de riesgo.
  • Comunicación clara y accesible.
  • Programas de arborización en barrios críticos.
  • Subsidios para aislación térmica en viviendas vulnerables.

Chile avanza, pero lento. Las ciudades necesitan incorporar estas medidas como políticas permanentes, no como acciones reactivas después de cada récord térmico.

Descentralización: cada región vive el calor de forma distinta

El norte enfrenta calor seco y radiación; el centro, calor con sequía; el sur, calor inusual para su infraestructura.

Por eso, Marshall plantea que la descentralización es clave: “Los territorios necesitan capacidad real para tomar decisiones propias sobre cómo adaptarse al calor”.

Esto permitiría:

  • Mapas de riesgo por comuna y región.
  • Inversiones focalizadas en barrios críticos.
  • Proyectos piloto locales (sombras urbanas, materiales bioclimáticos, vivienda patrimonial adaptada).
  • Articulación urbano–rural para proteger microclimas.

La comunidad: la primera línea de defensa contra el calor extremo

Las personas saben dónde se siente peor el calor: qué plazas no tienen sombra, qué escuelas se recalientan y qué viviendas están más expuestas.

Marshall destaca tres razones para fortalecer la participación ciudadana:

  1. Conocimiento situado para diagnósticos más precisos.
  2. Legitimidad de decisiones sobre áreas verdes, sombra y espacio público.
  3. Redes vecinales capaces de activar apoyo en emergencias, especialmente para personas mayores o con enfermedades crónicas.

Una conclusión urgente: Chile debe decidir qué ciudades quiere en un clima que ya cambió

“Enfrentar las olas de calor no es solo un desafío técnico, sino de democracia urbana”, resume Marshall.

Las ciudades chilenas ya están viviendo temperaturas que hace diez años eran impensadas. Lo que está en juego no es solo cómo nos adaptamos, sino si lo hacemos de una manera que reduzca brechas o las profundice aún más.

Las olas de calor seguirán aumentando. La pregunta ya no es cuándo vendrá la próxima, sino qué tan preparada estará la ciudad donde vivimos cuando llegue.

 

Mostrar más
Botón volver arriba
----fin google ----