OPINIÓN

Prosa Épica de los 33 ( Pedro Esquivel Camilo )

Pedro Esquivel Camilo, se autodenomina Tofino en honor al desaparecido yacimiento minero El Tofo, lugar donde nació. Hijo de padre minero y de madre forjadora de cariños, tuvo una infancia libre, feliz y sin fronteras en los cerros enclavados del antiguo campamento.

Ingeniero Comercial de profesión y poeta y escritor por vocación. Ha obtenido diversos reconocimientos y premios, principalmente en el área poética.

Sus primeros años como profesional los desarrolló como Supervisor en CODELCO Chuquicamata. Criado en mineras y luego trabajando en éstas, conoció muy de cerca el ambiente que rodea a los mineros, razón por la cual, al cumplirse 10 años de la gran gesta de los 33 mineros atrapados en la mina San José, les rinde un humilde pero sentido homenaje a través de su obra poética, denominada “Prosa Épica de los 33”, que se transcribe a continuación:

 

PROSA ÉPICA DE LOS 33

Despertaron las entrañas de la árida tierra con el escandaloso estruendo que recorrió sus languidecidas venas, despabilando los guijarros, vetas y  huérfanas costras de Atacama. Lentamente le siguió el mudo silencio avergonzado. Abajo, muy abajo, en las vísceras del cerro, la mina San José con insolente derrumbe se tragaba a treinta y tres mineros de faz curtida. Los escenarios de raquítico resguardo violentaron una vez más la vida de aquellos hombres de pala y picota, que cosechan con sus rudas manos la riqueza desde las agrietadas gravas, de un pueblo esforzado, fraguado en la minería. El lóbrego meandro reemplazó los días por las noches, los fulgentes rayos solares por las tinieblas del abismo incierto, las estrellas por la dura roca carcomida. Las angustias, tormentos e impotencias, aún no se reflejaban en la cara del baldío suelo, éstas se anidaban bajo tierra sobre los cautivos hombres, cual hoscos espectros de tragedias pasadas. De pronto la infausta confidencia inundó el mundo entero. Familias, amigos y un pequeño país en trance se vistieron acongojados del mismo modo en angustias, tormentos e impotencias. El audaz temple de los mineros, habituados a sumergirse en las tinieblas de estrechos recovecos, se hizo presente con fuerzas inusitadas y bajo las profundidades nacieron los caudillos, en el refugio de pétrea roca encarcelada, a setecientos veinte metros de hondonada, allí  en la mina desmembrada. Racionaron los lacónicos víveres, potabilizaron las nocturnas aguas, coronaron su espíritu de confianza y con humildad solidarizaron como hermanos. En la superficie de infértil tierra producida, el Campamento Esperanza recogía las oraciones de las modestas familias sufridas. Mientras Chile entero se unía bajo la misma armonía, olvidando desavenencias y contingentes pretensiones desmedidas. Un país acostumbrado a levantarse perpetuamente de las catástrofes naturales no abandonaría a sus hijos mineros y tras diez y siete días con sus diez y siete noches de ufano esfuerzo, el gran taladro un pequeño papel recogía, que con trazos emocionados en letras rojas decía “en el refugio estamos bien los 33”. El milagro conmovió el talante de los cinco continentes, diferentes idiomas y dialectos se unieron como hermanos.  El perpetuo viento de la pampa no quiso estar ausente, con agudo silbido entonó el himno de la esperanza. La epopeya como tantas veces, con dolor y gallardía, en los corazones de la humanidad la historia escribiría. Sesenta y nueve enlutadas noches estuvieron en el fondo de la tierra, para hacer de la penumbra el sol, los valientes mineros de Atacama.

 

 

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