OPINIÓN

Todo por la República ( por Daniela Rojas Escobar, Abogado, Gerente General Satélite SpA)

La “res publica” o república es un gobierno en el cual el jefe de estado es el presidente y; si bien viene originariamente de Roma en el lejano año 500 antes de Cristo, ha evolucionado junto con nuestra historia humana para convertirse en un anhelo de la mayoría de las naciones occidentales.

 

Chile tiene 209 años de historia republicana, la que si bien ha tenido accidentes, todos pensamos que había logrado su estabilidad en los ’90s, con todo y sus matices.

 

Hoy, lo que vemos es una sociedad desgastada, y una republica que producto de ese desgaste de sus ciudadanos quiere ejercer la soberanía en las calles, en algunos casos de forma pacífica y legitima y en otros desbordada por la rabia y la inequidad social.

 

Y creo que hay puntos de total consenso dentro de esa sociedad, como por ejemplo, las desigualdades, la necesidad de que la clase política se conecte con la realidad y el día a día de nuestro Chile; además de la incapacidad del actual gobierno de dar señales que sirvan como bálsamo en un ambiente de crispación y descontento.

 

Cuando escuchamos a todos los “líderes” hablando y enarbolando la bandera de un “nuevo pacto social” estamos hablando de una nueva Constitución para Chile. Si consideramos eso, deberíamos conocer y responsabilizarnos del proceso constituyente que se requiere. Y es que una sociedad educada e informada, que es quien debería autogobernarse mediante el principio de soberanía popular como corresponde en una República Democrática -clara aspiración de nuestro Chile- entiende que este proceso constituyente, requiere de ciertas condiciones básicas y mínimas para funcionar, y la primera es que es Pacífico; no puede ser impuesto ni consecuencia de revueltas o un ambiente de crispación como el que vive hoy nuestro Chile, y es que el diálogo de sordos de nuestras fuerzas políticas no podrían en caso alguno garantizarnos a todos los chilenos una asamblea constituyente que pueda concebir una nueva constitución elaborada en libertar, con un debate equilibrado y con participación de todos los ciudadanos.

 

Si nos damos unos minutos para juntar las matemáticas y la historia, veremos que hace 29 años recuperamos la posibilidad de construir nuestra tan anhelada república democrática, que desde los ’80 nos garantiza como nación ser los dueños de la soberanía. Y en estos 29 años, 23 de ellos estuvieron en unas manos y 6 en otras; pero hoy vemos que ni los unos ni los otros han logrado comprender qué es lo que la nación necesita para sentirse dueños de esa soberanía que hoy nos parece lejana, centrada en unos pocos que deciden lejos de la conciencia de ser depositarios del mandato popular. Porque en estos 29 años, se han construido liderazgos formales por doquier, pero hoy vemos que los liderazgos reales, aquellos informales, están en las calles en manos de quienes menos pensábamos y esperábamos.

 

Los jóvenes, a quienes la clase política critica su falta de participación, están buscando canales informales de participación, fuera de lo que todos idealizan para la república; y tomando la soberanía como algo que tienen en el corazón y que los impulsa a gritar, evadir y en ocasiones violentar; porque claro, ven los poderes públicos plagados de señores y señoras que no los representan y mucho menos los consideran. Y aquellos aun algo jóvenes que consiguieron escaños porque lograron sus minutos de fama, son hoy nada más que burócratas gritones capaces de todo por defender sus agendas personales.

 

En eso se ha convertido nuestra república democrática, en una suma de agendas personales de los líderes formales, empeñados en no perder su protagonismo, porque éste a su vez se puede convertir en poder, ese poder efímero que hoy tiene a un gobierno paralizado frente a esta nación que clama por recuperar la soberanía que sienten les es ajena, porque los privilegios de algunos, muy pocos, son esquivos y lejanos de quienes mueven nuestro Chile, un Chile que sienten injusto, exigente, despiadado, pero que aun sueñan como una republica democrática que se traduzca en una sociedad sin inequidades, sin privilegios, sin ese Estado pesado que cuesta mantener a costa de tarifas, pensiones, y tantas cosas que a algunos les cuesta tanto ganar y a otros tan poco dilapidar.

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